(In Jackson Heights; Frederick Wiseman, 2017)

Frederick Wiseman lleva alrededor de cincuenta años haciendo documentales de una manera única y particular. Uno de los principales exponentes del cine directo, una modalidad de documental que hace énfasis en la observación, siguiendo a sus sujetos en actividades cotidianas con poco o nulo reconocimiento de la cámara. El cine directo, y las películas de Wiseman por extensión, primero que nada invitan a uno a deshacerse de la noción del documental como una serie de entrevistas ensambladas, a veces con ayuda de la voz en off, dentro de una narrativa con los puntos emocionales de un drama (no es que haya nada de malo con eso, como demuestran Escritor: La historia de J.T. Leroy, Días cero y No soy tu negro, por ejemplo). Específicamente dentro de los realizadores del cine directo, Wiseman se ha distinguido siempre por un interés particular en las comunidades e instituciones más que en eventos y los individuos y sus relaciones interpersonales.

Titicut Follies, su primer documental, producido en 1966, mostró las condiciones de vida en un hospital de salud mental de Massachusetts de manera cándida (razón por la cual la película fue prohibida por veinticinco años). Después de seguir las rutinas diarias de una escuela preparatoria de Pennsylvania, del Departamento de Policía de Kansas City, y el American Ballet Theatre, entre decenas más, Wiseman regresa con un expansivo documental sobre Jackson Heights, un barrio del distrito neoyorquino de Queens, que presume ser uno de los más diversos del mundo. En Jackson Heights hace justicia a la diversidad de un barrio en el que se hablan un total de 167 idiomas al enfocarse en un variado, masivo elenco de sujetos y un amplio catálogo de situaciones. La película abre en una misa islámica antes de saltar a un desayuno en honor de Julio Rivera, un homosexual latino convertido en ícono de la comunidad después de su asesinato en 1990. De ahí nos lleva a un centro comunitario y sinagoga, a las oficinas del concejal Daniel Dromm, a una organización dedicada a ayudar a la comunidad latina, un club nocturno gay, un restaurante hindú, y muchos otros.

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Wiseman, quien además de dirigir y producir En Jackson Heights se encargó de la edición y el sonido, acompañado por su cinefotógrafo John Davey, crean un retrato de Jackson Heights que va de afuera hacia adentro. El panorama general del barrio, de sus calles a la sombra del tren elevado, parques y plazas públicas, mercados al aire libre y puestos ambulantes, dan lugar a los acontecimientos cotidianos que suceden en su interior. En un principio domina la impresión de que las imágenes que Davey y Wiseman capturan no tienen relación entre sí, pero poco a poco una narrativa emerge. Las secuencias siguen la lógica de un día entero; pasan de rituales matutinos como misas y desayunos a jornadas laborales y reuniones de la comunidad, finalizando en los bares y clubes del barrio. Personajes recurrentes emergen, como dos jóvenes que se acercan a varios empresarios locales para discutir el aumento en las rentas, e invitándolos a tomar acción. El temor y ansiedad provocado por la invasión de las grandes empresas, cómo éstas obligan a varios jefes de hogares y pequeños negociantes fuera de los lugares en los que llevan décadas viviendo y trabajando, corre a lo largo de la película. Si En Jackson Heights fuera un drama o un documental más convencional, ahí se hallaría su conflicto central.

Este problema profundo contrasta con la vitalidad y unidad que inicialmente parece caracterizar al barrio. El que mariachis y grupos cristianos compartan las calles del barrio, y el que la comunidad LGBT prospere más ahí que en otras partes de Nueva York, ofrecen una imagen esperanzadora de un Estados Unidos que adopta la diversidad en lugar de rechazarla. En Jackson Heights parece un trabajo de mera observación, pero poco a poco se hace notar el aprecio que Wiseman tiene por esta comunidad y cómo toma la causa del barrio como suya. Esta compasión hace que uno se enamore también de este lugar. Lo poco adornado del formato de En Jackson Heights, sin entrevistas directas, sin personajes centrales, sin herramientas de manipulación como música de fondo y narración, hacen el trabajo de Wiseman casi invisible, pero es también recordatorio de lo virtualmente imposible que es la objetividad en el documental, pues la colocación de la cámara y la elección de material todavía representan una intervención del director. Y Wiseman es el primero en reconocer cómo esto le da autoría y control de cómo el espectador percibe sus películas. La Comédie-Française ou L’amour joué, un documental anterior de Wiseman, fue depurado de 126 horas de material a un largometraje de 3 horas con 43 minutos. No se elimina tanto de una película sin una mano firme en la sala de edición, sin construir un mensaje y una historia.

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Al mismo tiempo, Wiseman es cuidadoso en mantener su distancia y nunca nos dice abiertamente cómo sentirnos con respecto a lo que vemos. La selección y el orden impuesto por Wiseman nos guia a través de la película, pero el significado de y las relaciones entre los momentos capturados quedan a juicio del espectador. En Jackson Heights nos muestra una comunidad cuya diversidad contribuye a un sentimiento general de aceptación y tolerancia, pero también a la insularidad de sus mismas comunidades. Cómo, en un ambiente compartido, colombianos, indios, judíos, musulmanes, mexicanos y la comunidad LGBT, deben resaltar este lado de su identidad, a manera de no perderla. La mera extensión de sujetos y grupos que En Jackson Heights contribuye en gran medida a su tiempo de duración, que debe tenerse en consideración al momento de abordarla. Sus más de tres horas, combinado con la ausencia de una narrativa tradicional, hacen de la película una experiencia agotadora. Pero esto no se debe tomar como una razón para no verla. La diversidad de voces y situaciones evitan que ésta se vuelva frustrante o aburrida; En Jackson Heights es fascinante y vibrante, no a pesar de su duración, sino gracias a ella.

Y es que uno sale de verla con la sensación de que no queda un rincón por el que Wiseman y su cámara no se hayan aventurado, un lado de la vida que no nos hayan mostrado. En Jackson Heights es la rara película que muestre el interior de una estética para perros y un matadero de pollos, un sermón religioso y una escuela para taxistas en la que abundan las bromas y groserías, coexistir como componentes de igual importancia en una comunidad funcional. Como resultado, uno siente que estuvo ahí y que compartió la vida con la infinidad de personas que Wiseman nos muestra. No construimos un vínculo profundo con ellos, pero sí con el lugar en que viven; se sienten más como vecinos que como amigos cercanos. Y uno sale también con una conciencia mayor de los lugares en los que nuestras vidas diarias se desarrollan, como hogares de interrelaciones humanas tan complejas y sutilmente fascinantes como las que Wiseman nos muestra, si uno se da la oportunidad de observar.

★★★1/2