(Zero Days; Alex Gibney 2016)

Días cero no es nada menos que ominoso. En el nuevo documental de Alex Gibney, el virus de computadora conocido como Stuxnet, es la primera oración de un devastador nuevo capítulo en la historia de la maquinaria de guerra mundial. Lo que la bomba de hidrógeno fue para el siglo XX, Stuxnet lo es para el siglo XXI. Días cero es un intrigante, reporte sobre el efecto que la tecnología situación ha tenido en la diplomacia y la política mundial en la actualidad. También se siente impersonal e incompleto, de manera quizá inevitable. Los personajes que Gibney entrevista son expertos en computación, oficiales de gobierno y militares cuyas carreras y vidas pueden sufrir si dicen la revelan demasiado sobre Stuxnet. Hablan de manera cándida pero distante. El montaje que abre la película, en el que los entrevistados dicen a la cámara que no pueden contestar las preguntas de Gibney, establece el tono perfecto. Días cero es un thriller tecnológico sin un claro protagonista y sin un final cerrado. Ha pasado muy poco tiempo para que se haga un recuento de la historia de Stuxnet que no tenga el sabor de una teoría de conspiración (aunque el tema ha sido cubierto ampliamente por periódicos del mundo com The Guardian y The New York Times), los gobiernos del mundo tan sólo discuten el tema indirectamente y ningún ente u organismo ha declarado responsabilidad por su creación y despliegue.

No es que Stuxnet sea tanto o más peligroso que la tecnología nuclear. Es que fue diseñado para, de manera furtiva y devastadora, sabotear sistemas como aquellos que controlan la tecnología nuclear. Su blanco original fue presuntamente una planta de enriquecimiento de uranio ubicada cerca de la ciudad de iraní de Natanz. Su ataque a las centrífugas de la planta tuvo un efecto devastador en el programa nuclear del país. ¿Quién estuvo detrás del ataque? Stuxnet es 20 veces más extenso que el típico malware, está diseñado para replicarse sin que el usuario haga un sólo clic, para atacar sólo piezas específicas de hardware, hacerse notar sólo una vez que cumple su cometido y desaparecer al poco tiempo. Stuxnet es completamente invisible y muy peligroso. Su complejidad ha llevado a una variedad de expertos a concluir que sólo un estado-nación cuenta con los recursos suficientes para haberlo llevado a cabo.

El meticuloso diseño de Stuxnet y la precisión del ataque apuntan hacia un estado nación que se beneficiaría especialmente de un retraso en el programa nuclear iraní. Días cero sigue esta línea de pensamiento con un capítulo dedicado a la historia de Irán y la tecnología nuclear, desde el apoyo inicial que le brindó Estados Unidos durante el régimen del Shah, a su desacato de las restricciones impuestas por las potencias mundiales, pasando por su alianza con Pakistán después de la revolución y a las inclinaciones políticas de la república islámica. Todo parece señalar a Estados Unidos e Israel como los responsables. De los testimonios de sus entrevistados, Gibney teje una complicada pero plausible narrativa sobre cómo un intento de prevenir la guerra tradicional termina presagiando una sombría nueva era en la política global. La trama de Días cero sirve como un ejemplo de cómo la política puede llegar a ser tan fascinante como el mejor de los dramas. A través de las acciones de las naciones, los miedos y preocupaciones de sus gobernantes se revelan. Días cero muestra a un Estados Unidos preocupado por la confidencialidad, por que Stuxnet nunca salga a la luz. Y a un Israel dispuesto a frenar la influencia y poderío del islam en el Medio Oriente a como dé lugar.

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La responsabilidad de Israel y Estados Unidos en la creación de Stuxnet hace para una fascinante historia, pero, ¿se puede demostrar? El único sujeto de entrevista que ofrece respuestas definitivas y contundentes a Gibney no es una persona de carne y hueso sino un recurso original de la película. Un personaje compuesto de muchos testimonios que no aparecen en pantalla, llevado a la vida por una actriz y animación por computadora, que revela que Stuxnet fue desarrollada por agencias de inteligencia de Estados Unidos bajo el nombre de Operación Juegos Olímpicos. Es un recurso ingenioso, no sólo porque le da cierto lustre visual a la película (La animación es impresionante y ligeramente aterradora), sino porque también sugiere los dos temas que se encuentra al centro de Días cero; cómo Stuxnet inaugura una nueva era en la que se debe estar atento a lo que no es perceptible al tacto humano y en la que las explicaciones para las amenazas cibernéticas tienen un ligero sabor de actuación, de incertidumbre, pues no la última palabra todavía no se ha dicho.

Días cero es constantemente entretenida y fascinante. Cómo suelen los documentales de Gibney (Enron: Los tipos que estafaron América y Going Clear: Scientology and the Prison of Belief, entre muchos otros) también es densa en información. Además de la abordar el tema de la geopolítica, Días cero ofrece una explicación bastante detallada, aunque por supuesto todavía básica, del equipo de enriquecimiento empleado por la planta iraní, del código de Stuxnet, y de la jurisdicción y autoridad de las instituciones involucradas y afectadas por el virus. Días cero es una película fascinada por los procesos. Al mismo tiempo que destaca que todas las evidencias señalan a Estados Unidos e Israel, Gibney no parece interesado en denunciar a un gobierno en específico. Su interés se encuentra en Stuxnet como una pieza de tecnología y el efecto que herramientas similares podrían tener independientemente de quien las use. Tanta de nuestra vida depende de la clase de equipos que Stuxnet atacó. La película no se abstiene de sugerir un escenario apocalíptico en que bancos, plantas de energía e infraestructuras carreteras terminan por colapsar. Gibney no se muestra del todo desesperanzado. 2015 vio la adopción de un tratado mundial en el que Irán aceptaba reducir drásticamente su capacidad nuclear, lo que mejoró su posición con la comunidad mundial. Y así como las armas químicas y las armas biológicas se terminaron reglamentando o restringiendo mundialmente, algunos expertos entrevistados por Gibney sugieren que lo mismo podría suceder con las armas cibernéticas. Pero la posibilidad de que una serie de líneas de código de computadora sea la siguiente arma de destrucción masiva sigue ahí.

★★★1/2