Del 28 de octubre al 1ro. de noviembre se estará llevando a cabo la edición número 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia, una de las celebraciones más importantes del cine mexicano, entre otras cosas. En la cobertura de los largometrajes de documental y de ficción que forman parte de la selección oficial de este año me estará acompañando Javier Espinoza (pueden encontrarlo en Twitter y en Letterboxd). Les compartimos nuestras reseñas de los largometrajes de ficción seleccionados.

Fuego adentro

(Jesús Mario Lozano, 2020)

León (Hugo Catalán) se encuentra solo en un pueblo, rodeado de naturaleza, haciendo algunos trabajos de limpieza en un cementerio. No sabemos mucho de él, pero es evidente que huye de algo y que recurre al alcohol para olvidar, para cerrar esos días llenos de nada, donde no hay ninguna interacción física más allá de la extrema básica de los intercambios de compraventa de alimentos o el pago de servicios. Gracias a este cierre de los días es que tenemos un pequeño vistazo a eso que lo persigue, vemos a Martha (Luisa Pardo) a quien imagina besar tiernamente.

Con la llegada de su hermano Andrés (Armando Espitia) a su refugio (el pueblo mágico de Cuetzalan, Puebla) vemos la primera sonrisa en su cara. Su hermano es portador de buenas noticias, que incluyen una carta de Martha y dinero que le envía su madre. La convivencia entre hermanos es genuinamente gozosa; saben que será breve, por lo cual aprovechan el tiempo recorriendo sus escondites favoritos, cocinando, platicando sobre sus vidas, las cuales son al parecer completamente diferentes. Al mismo tiempo que León huye, Andrés estudia la carrera de medicina.

Continuando en este sentido contemplativo–en el cual la cámara en mano se convierte en el tercer personaje–el delirio de persecución de León se apodera. La situación le resulta muy conveniente y feliz, por lo que asume un motivo oculto en la visita de su hermano. Este descubrimiento nos presenta los mejores momentos de la película, en donde la dinámica entre hermanos ahora construye una atmósfera de decepción, engaño y horror, de la cual no habrá escapatoria. Hay un buen duelo de actores ahí, pero Espitia es digno de destacarse por la forma en que cambia de registro de un momento a otro.

Fuego Adentro es aparentemente sencilla en su manufactura, pero es fuerte en su mensaje. Nos presenta una visión nada complaciente sobre la lealtad y la familia, estableciendo una pregunta básica sobre qué es lo que importa más, el pasado o el futuro incierto. Hay un personaje adicional bien aprovechado aquí: la naturaleza. La cascada nos va llevando de la mano con los personajes y su viaje; esa agua, indómita al principio, con una calma aparente después–de esa que se disfruta–y que al final los limpia y prepara para su destino; a la par de la tranquilidad que se retrata de este pueblo, le da la atmósfera necesaria a esta trama que presenta una triste realidad del país.–JE

★★★

Ricochet

(Rodrigo Fiallega, 2020)

Ricochet

Un buen título por lo general tiene más de un sentido. El término “ricochet” se refiere a un proyectil (típicamente una bala), que rebota sobre una superficie y es disparada hacia otra dirección. El título de Ricochet puede referirse no solo a las pistolas que aparecen en la trama, pero también a las consecuencias inesperadas de un acto violento. Puede ser. La ópera prima de Rodrigo Fiallega es vaga sobre lo que rodea a los eventos que muestra, algo que a veces funciona a su favor, a veces en su contra.

Martijn (Martijn Kuiper) es un hombre de poco más de cincuenta años, veinte de los cuales los ha vivido en un pueblo de México. Aunque su apariencia lo delata inmediatamente como un extranjero europeo, es ya bien conocido por ahí. Ella y Mariana (Iazua Larios), una mujer local, tienen una hija pequeña. La situación con su otro hijo se vuelve clara poco a poco.

Ricochet es en cierta medida una meditación sobre la masculinidad, la muerte y el perdón. El primer tema queda claro desde una escena temprano en la que Martijn habla con un criador de gallos de pelea de la comunidad sobre los animales; el diálogo dirige la atención del público hacia la metáfora sin hacerla del todo explícita.

Las sensaciones y la anticipación son más importantes que lo que pasa en la película. La fotografía, a cargo de Natalia Cuevas, no cuenta con una sola toma que no sea preciosa. El problema es que éstas no siempre convergen para crear un estilo o tono coherente. La película abre con dos grandes planos generales en los que su protagonista apenas puede distinguirse entre abrumadores paisajes vagamente desérticos. Pero de vez en cuando corta a tomas más cerradas, cámara temblorosa y cortes más rápidos que rompen la paciencia con la que venía observando las actividades cotidianas de Martijn. Es un cambio brusco que no se siente del todo motivado por la narrativa.

Ricochet es un sincretismo potencialmente fascinante entre el western y un meditativa reflexión sobre el día a día de una pequeña comunidad. Es un equilibrio engañoso que no siempre logra, y que le roba poder y definición al destello de violencia con el que cierra.–AVR

★★1/2

Sin señas particulares

(Fernanda Valadez, 2020)

Sin senas particulares

El sueño americano se puede convertir en pesadilla, incluso llegando al destino deseado. “Quería hallar su propio camino” dice Magdalena Loredo (Mercedes Hernández), cuando le recuerdan que su hijo Jesús (Juan Jesús Varela) pudo quedarse en su pueblo y continuar con la vida modesta que llevaba. Ella se despidió de él, con la esperanza de volverlo a ver. Con el fin de cumplir con esta esperanza, Magdalena emprende su búsqueda. Con los pocos recursos de los que puede echar mano, viaja a la frontera y ahí se encuentra con otra madre desesperada, Olivia (Ana Laura Rodríguez), buscando lo mismo que ella. Olivia le explica a Magadalena, que no sabe leer, el procedimiento legal en el que en caso de reconocer el cuerpo mutilado que le presentaron, dejarán de buscar a su hijo.

Magdalena continúa su recorrido, con angustia contenida, sin melodramas, firme en su convicción. Cualquier pista es válida. Recreando el recorrido de su hijo y su compañero Rigo (Armando García), llega eventualmente a Miguel (David Illescas), un joven deportado que regresa a Ciénega, Michoacán. Aquí es donde estas dos soledades convergen, formando un vínculo casi instantáneo–y sorpresivo para ambos–ya que tienen más en común de lo que se imaginaban. Él también lleva tiempo buscando a su madre, sin éxito. El poblado se encuentra solo. No hay transporte para llegar directamente al lugar, los grupos armados han espantado a todos y los que se quedaron trabajan para ellos o están esperando el momento de escapar.

Sin Señas Particulares es la ópera prima de la Fernanda Valadez, mujer orquesta, al escribir, producir, editar y dirigir esta historia. Se percibe un profundo respeto por la tragedia que se retrata y los elementos culturales de los personajes incluidos. El tono es casi documental, con una precisión en la forma del recorrido de la protagonista, enfocándose en lo que ven los que tienen un largo recorrido: los pies y la espalda, cosa que enfatiza Miguel al decirle a Magdalena que “todos nos parecemos de espaldas”.

Justo cuando parece que el recorrido de la protagonista tendrá un descanso al encontrarse con quien le puede aclarar el misterio sobre su hijo, es cuando tenemos los momentos más duros de la trama, con una recreación brutal de un hecho común y mayormente impune en México: las desapariciones forzadas. No hay tregua para nadie. Este es un testimonio firme de la voluntad de una madre, representada por Hernández, quien está inmejorable en el papel de Magdalena. La película es un homenaje a esas incansables mujeres que no dejarán de hacer lo que sea necesario para tener respuestas, no importando incluso que el mismísimo Jesús se convierta en el diablo.–JE

★★★★1/2

¡Ánimo juventud!

(Carlos Armella, 2020)

Animo juventud

¡Ánimo juventud! ofrece una mirada briosa a lo que el cine mexicano comercial puede hacer. A ratos se siente tan refrescante que uno quisiera que fuera una película mejor. Es el producto de una visión particular, hecha con calidez hacia sus personajes. Sus historias tienen elementos de la vida cotidiana o de un chisme bien contado, acentuadas con humor y exageración suficiente; como un relato que uno embellece ligeramente para obtener entretener mejor a los amigos a los que uno la cuenta.

Como Amores perros, ¡Ánimo juventud! se compone de historias que se intersectan entre sí, presentadas de manera no cronológica. Sus personajes son cuatro jóvenes en distintos momentos de la adolescencia y distintos niveles de la clase media mexicana. Martín (Rodrigo Cortés) es un artista callejero que quiere declararle su amor a una muchacha a la que no se atreve a hablarle. Daniel (Mario Palmerin) es un trompetista convertido en taxista que quiere recuperar la confianza de la muchacha que ahora está embarazada con su bebé. Pedro (Iñaki Godoy) es un chico tímido que inventa su propio lenguaje, irritando a sus padres y maestros. Dulce (Daniela Arce) está cansada de ser vista solo como la bravucona de su colegio y quiere un muchacho se fije en ella.

¡Ánimo juventud! cubre muchas de las ansiedades típicas de la adolescencia, particularmente alrededor del amor y la identidad, y enlaza entretenidas anécdotas al mismo tiempo que logra tocar la violencia, la corrupción policiaca y el racismo de una manera que no se siente como el enfoque de cada historia o una distracción. Son parte de vivir en México, del tapiz de sus vidas diarias. Los cortes y los movimientos de cámara logran meternos a las mentes inquietas de sus personajes sin caer en la saturación de imágenes, permitiendo también momentos para la curiosidad y contemplación.

Pero su estructura poco convencional no le hace muchos favores. Los cortes entre personajes son constantes pero no balanceados; a ratos es fácil olvidarse de alguno de ellos. Los saltos en el tiempo y las eventuales coincidencias no añaden mucho más que la sorpresa inicial o el ejercicio de poner las piezas en su lugar.

Este equilibrismo narrativo apenas disfraza que sus personajes apenas y muestran una cara de sí mismos, que sus historias se resuelven con demasiada facilidad, o el incómodo tratamiento de algunas de sus figuras femeninas. La película tiene cierto encanto en que no solo es una historia sobre adolescentes; uno siente también una energía adolescente detrás de la cámara. Una buena dosis de energía puede hacer brillar una historia opaca, pero solo hasta cierto punto.–AVR

★★1/2

Fauna

(Nicolás Pereda, 2020)

Fauna

Luisa (Luisa Pardo) y Paco (Francisco Barreiro) van camino a un pueblo donde visitarán a la familia de ella. Él no los conoce. En el camino se establece una lucha de poder entre ambos, con micromachismos incluidos. Después nos enteramos que él es un actor reconocido y ella apenas busca sus primeras oportunidades. Hasta este momento la balanza se inclina a favor de él, pero al momento de llegar a casa de la familia, la cosa cambia. En una secuencia que podría ser extraída de un episodio de la serie Curb Your Enthusiasm, Paco conoce al papá de Luisa (José Rodríguez López) al comprarle a sobreprecio los últimos cigarros de la tienda del lugar, con tal de quedar bien con su cuñado Gabino (Gabino Rodríguez). Al final no queda bien con nadie.

Cuando sale a tomar con ellos, Gabino y el papa de Luisa obligan a Paco a recrear sus escenas en la serie web Narcos: Mexico (donde Barreiro efectivamente apareció como Francisco Arellano Félix). La pasividad agresiva es evidente, Paco no sabe si están jugando con él y para ellos el hecho de que sea un actor reconocido es solo un motivo de burla. A la par de lo anterior, Luisa ensaya para una próxima audición y le pide ayuda a su madre Tere (Teresa Sánchez) para la réplica. Luisa es intensa e insegura y resulta que su madre es una actriz natural y le da ejemplo de cómo hacerlo.

La relación familiar es tan monótona como cualquiera, resultado de años de no verse. Incluso Gabino no había ido a la casa de sus padres. Un poco más cercanos son los hermanos. Justo esto da pie a la última parte de la película: cuando Luisa le pregunta a Gabino sobre el libro que lee, entramos en la recreación en pantalla de la historia. Los mismos actores están al servicio de esta “metahistoria” sobre un hombre que busca a otro llamado Rosendo Mendieta y en esta pesquisa conoce a Fauna, cuya hermana Flora está en peligro y necesita protección de su novio Fernando (Fernando Álvarez Rebeil), resultando en un extraño encuentro entre ellos.

No hay muchas explicaciones y no se necesitan. Nicolás Pereda, apoyado de un elenco con el que tiene una larga relación de trabajo, van construyendo una historia que coquetea con lo absurdo, pero que se siente real. Como un día cualquiera en la vida de alguien, en donde no sabemos qué pasó ni cómo llegamos ahí. Hay ciertos toques que evocan al trabajo de Roy Andersson: el tener dos historias que parecen no tener una conexión directa, salvo que son los mismos actores los que las representan. Ambas se sostienen justo por el brillante trabajo de ellos. Pereda hábilmente toma esos fragmentos de encuentros incómodos y logra transmitir una genuina confusión sobre cuál es la forma de reaccionar ante eso: quién está bien o mal, o si vale la pena si quiera buscarle justificación. Lo más seguro es que no.–JE

★★★★

Blanco de verano

(Rodrigo Ruiz Patterson, 2020)

Blanco de verano copy

Blanco de verano, de Rodrigo Ruiz Patterson, no explora territorio nuevo, pero explora ese territorio de manera íntima, con tacto hacia sus personajes y un entendimiento instintivo de sus emociones. Es la historia de Rodrigo (Adrian Rossi), un preadolescente de 13 años que vive con su madre Valeria (Sophie Alexander-Katz), en una colonia de clase media baja. Ella es soltera, el padre de Rodrigo aparece solo en menciones, como una amenaza ella le hace cuando se porta mal.

Valeria empieza a salir con Fernando (Fabián Correa) y de repente el mundo de los dos se pone de cabeza. El conflicto no se desata desde el principio. Fernando es paciente y comprensivo: sabe que, pase lo que pase, Rodrigo va a sentir su presencia como una invasión, por lo que trata de ponerse en su lugar. Le sigue la corriente cuando descubre que fuma y se ofrece a enseñarle a manejar en su propio carro. Los tres se van de vacaciones a Acapulco y las cosas parecen auspiciosas para esta reconfigurada familia.

Pero en Rodrigo inevitablemente surgen emociones complicadas y el muchacho no siempre sabe qué hacer con ellas. Sería más fácil para la película que Fernando fuera rígido o abusivo desde el principio, pero Blanco de verano se trata precisamente de esos sentimientos ambivalentes, y de cómo no siempre sabemos qué hacer con ellos. En un lote cercano, Rodrigo encuentra un vehículo recreativo destartalado que empieza a convertir en su hogar fuera de casa. Está construyendo algo propio, algo que sugiere independencia y autosuficiencia, pero también está buscando recrear lo que tenía, en lo que parece una ansia de volver en el tiempo.

El estilo de la película, con su cámara en mano y su acercamiento íntimo a la realidad de sus personajes, evoca favorablemente el trabajo de Andrea Arnold o de los hermanos Dardenne. El guion, de Ruiz Patterson y Raúl Sebastián Quintanilla, hace una crónica de la sutil evolución de esta dinámica, encontrando el punto de quiebre indicado para cada uno de sus personajes.

Pero Blanco de verano en verdad le pertenece a sus actores. Correa transmite una paciencia y benevolencia que sin embargo tiene sus límites, mientras que Alexander-Katz navega las complicadas emociones de una mujer que debe escoger entre su hijo acomplejado y un nuevo hombre a quien recién conoce pero que llega a querer de verdad. Pero es Rossi, cuyo rostro delicado sugiere una ira y tensión siempre burbujeando debajo de la superficie, quien de verdad ancla la película.–AVR

★★★1/2

Todo lo invisible

(Mariana Chenillo, 2020)

Todo lo invisible

Cuando a Jonás (Ari Brickman) le estalla una bolsa de aire en la cara después de una colisión vehicular, éste se queda permanentemente ciego. Esta nueva normalidad lo obliga a dejar su práctica profesional como doctor y a luchar con el sentirse inútil en sus actividades de diario. Tiene dos hijas pequeñas que debe cuidar, mientras su esposa Amanda (Barbara Mori) sale a trabajar en una universidad. Su relación con otros hombres no es la mejor. Para darle cierto ángulo de ironía, su padre, Víctor (Thomas Owen), es piloto de aviones. Léase, debe tener visión 20/20.

Las compañías aseguradoras siempre lucharán por evitar cumplir la promesa de proteger a sus clientes servicio. Sí, hay muchos fraudes, y están en su derecho de investigar hasta quedar satisfechos con el resultado. Saúl (José María de Tavira) se convierte en el abogado de Jonás contra la aseguradora que se rehúsa a indemnizarle. Le da muchas esperanzas de recibir un buen pago por lo sucedido. Ellos fueron mejores amigos, hasta que Amanda decidió casarse con Jonás y dejar a Saúl. No obstante, civilmente deciden avanzar juntos con el caso y aprovechan esta oportunidad para platicar sobre lo sucedido una década atrás.

La ceguera de Jonás lo obliga a enfrentarse a sus miedos y realidades. Asustado, decide huir de todo, refugiarse en su consultorio, en lo que “algo sucede”. La esposa de su padre, Flor (Daniela Schmidt) se convierte en la figura de consuelo en estos momentos difíciles, pero ella tiene un motivo oculto, motivando a que él tome la postura de “hacer lo que a uno se le de la gana”.

Todos los personajes son presentados desde un “punto ciego” (haciendo otra alusión al personaje principal): son unidimensionales, solo cumplen el propósito de ilustrar alguna parte del recorrido de Jonás y no van más allá. No es queja, ya que los vemos desde el ensimismamiento de Jonás, el ángulo de un hombre que ya no es independiente, que tiene dudas y que no sabe cómo procesar este cambio en su vida. Obviamente va a desconfiar de lo que le rodea y a comportarse irascible. El problema con Todo lo invisible es que no se decide por el camino que debe tomar el personaje o la trama en sí. Todo queda a la deriva, incluso el cierre. No hay una conclusión que la aleje del tono telenovelesco. Hay muchas ideas, pero se pierden en subtramas poco desarrolladas.–JE

★★

Amalgama

(Carlos Cuarón, 2020)

Amalgama

Cuatro dentistas se encuentran en un congreso. Hugo (Miguel Rodarte) y Saúl (Tony Dalton) son dos viejos amigos. Casi instantáneamente empiezan a competir por la atención de Helena (Stephanie Cayo). Juntos la convencen de acompañarlos a la casa que un amigo de Saúl, un político influyente, tiene en una isla cercana. Esto aunque tengan que arrastrar a Chema (Manolo Cardona), amigo de ella.

Situada en la Riviera Maya, Amalgama retrata sus preciosas locaciones con un ojo a la incomodidad. Demasiado perfectas para ser reales, sugieren el confort pero también el vacío que cada uno de ellos experimenta de un grado a otro en sus propias vidas. La fotografía de Alfredo Altamirano evoca a Y tu mamá también (que Carlos Cuarón también coescribió). Planos secuencia precisamente coreografiados, capturados en lentes angulares, complementan el ambiente ligeramente alcoholizado en que se desarrollan los eventos.

El tono de la película es curioso: compartiendo las bromas de una noche inesperada con viejos (si no necesariamente muy buenos) amigos, al mismo que mantiene una corriente de secrecía y tensión que provocan sus respectivas crisis de mediana edad. Es, de alguna manera, una versión más pulida del reciente remake mexicano de Perfectos desconocidos (en el que Rodarte también aparece), quizá porque Cuarón deja que la cámara y el trazo escénico tengan tanta presencia como los personajes.

Ninguno de los personajes es particularmente agradable, pero la película nos presenta sus distintos matices con habilidad: pasamos de resentirlos a burlarnos de ellos y finalmente a simpatizar un poco con sus problemas internos. Dalton en particular le inyecta a Saúl personaje una sensación de peligro constante, de que todo puede pasar. Pero es Cayo quien da la actuación destacada. Helena no está ahí solo para despertar las inseguridades de los hombres, también tiene las propias. Es entretenido verla desviar los coqueteos de los demás hombres al mismo tiempo que trata de no matar el ambiente festivo. La película de alguna manera gira sobre ella: se trata de cómo la emoción de la conquista y la intimidad física con una mujer distraen de la sinceridad y vulnerabilidad emocional.

Amalgama es frecuentemente entretenida pero verdaderamente despega cuando los cuatro se encierran por segunda vez en la casa: a medida que las tensiones crecen y una tormenta empieza a azotar la isla, volviendo el ambiente más claustrofóbico. Las varias tramas secundarias, que parecen empujar la película en distintas direcciones, convergen de manera genial: como un recordatorio que ninguno de ellos está menos roto que el otro, pero que si algo bueno ha de salir de todo esto es que pueden empezar a armarse de nuevo.–AVR

★★★1/2

La diosa del asfalto

(Julián Hernández, 2020)

La diosa del asfalto

Max (Ximena Romo) regresa a Santa Fe después de romper el pacto que hizo con su primera banda, las Castradoras. Contada a dos tiempos, La diosa del asfalto trata de un grupo de mujeres que, viviendo entre basureros y en la calle, hartas de ser abusadas por los hombres que las rodean, toman la decisión de defenderse, de forma contundente, ojo por ojo, sin remordimientos. Razones les sobran, cada miembro de esta banda sufrió de diferentes formas. Max fue testigo de violencia intrafamiliar en contra de su madre; Sonia (Samantha Orozco) sufre de acoso a manos de su padrastro Casiano (Pascacio López); Ramira (Mabel Cadena) es golpeada por sus hermanos por ser lesbiana; y Guama (Alejandra Herrera) fue golpeada y violada por su novio.

Cualquiera de las situaciones arriba descritas son motivo para tomar represalias, pero en conjunto se vuelven dinamita pura. Adelantandonos unos años, vemos a Ramira salir de prisión, al tiempo que Max regresa a casa. Rencores acumulados se ven desahogados en el encuentro entre ambas. Eran “carnalas”, más que amigas. Ramira, al sentirse traicionada, no se quedará de brazos cruzados, y ese remolino de emociones nos lo manifiesta el cinefotógrafo Alejandro Cantú al girar sin parar la cámara alrededor de ellas, una reclamando, la otra defendiéndose. Era algo que tenía que suceder y el director Julián Hernández les da tiempo suficiente, las deja seguir hasta que parece que habrá una mediación, pero no.

Hernández se nota que se divirtió muchísimo al hacer la película, experimentando con varios estilos visuales. En muchas ocasiones le da dinamismo a tomas muy largas, dejando el peso en las actrices, que con registros diferentes en conjunto hacen un buen equipo. Ximena Romo se sentía más cómoda en Esto no es Berlín, que en temporalidad podría ser cercana a ella, pero funciona muy bien como la titular Diosa del Asfalto, interpretando temas originales de Jessy Bulbo (quien iba a realizar este papel en las primeras propuestas del guion años antes), acompañada por su banda Los Desperdicios. Mabel Cadena es una grata sorpresa como Ramira, a quien la sociedad le debe todavía, a pesar de haber cumplido su sentencia en la cárcel.

Regresando a la parte “juvenil” de la trama, la sororidad y camaradería entre las mujeres de la comunidad de Santa Fe es destacable. No tienen dinero para comer, por lo que asaltan a un repartidor para compartir el botín de tacos entre todas las féminas alrededor: las Castradoras, Las Tigresas de Santa Rosa, Las Panteras de la Era y las Guerreras de Tacubaya, quienes también son víctimas del machismo que las rodea. Posterior a esto es que empieza la venganza, escalando de forma paulatina, un golpe a la vez, hasta culminar en un acto definitivo: la castración de un abusador. Hernández nunca se ha contenido al momento de mostrar desnudez explícita en sus películas y en esta ocasión se reservó hasta esta escena para que no se perdiera el impacto.

La Diosa del Asfalto es un grito de hartazgo, un llamado a poner un alto a la violencia sistemática en contra de las mujeres, por la razón que sea. Afortunadamente, este sentimiento se comunica muy bien, acompañado de una selección musical muy afortunada que incluye música de Cecilia Toussaint, Three Souls in My Mind y un estupendo cameo de Baby Batiz, ideal para amenizar un gran momento de felicidad, cuando lo único que importa es el rock ‘n’ roll.–JE

★★★