(Yibran Asuad, 2019)

Todas las pecas del mundo tiene un protagonista algo desagradable; no obstante, lo reconoce y es capaz de hacernos simpatizar con él sin excusar su peor comportamiento. La película es gentil, está hecha hábilmente, y espero que sus méritos no sean ignorados sólo porque su historia está armada de elementos fácilmente reconocibles. Corre el año de 1994 y los ojos del mundo están posados sobre el Mundial de la FIFA en Estados Unidos. José Miguel (Hanssel Casillas), un muchacho de trece años, se muda con su mamá y su hermana a la ciudad de México para incorporarse al primer año de una secundaria privada. Con la mirada baja y avergonzado de la lonchera que su mamá le hace cargar, José Miguel tiene la actitud de alguien que no quiere hacer amigos. Esto hasta que en el patio de recreo ve por primera vez a Cristina (Loreto Peralta), una alta y rubia niña de segundo de quien se enamora al instante.

José Miguel está decidido a conquistarla, aunque todo a su alrededor le dice que no hay manera de que ella se separe de Kenji (Luis de la Rosa), su novio desde la primaria. Kenji tiene un carro, es atlético y convencionalmente guapo (de la Rosa interpretó al joven Luis Miguel en la serie autobiográfica del cantante), pero esto sólo motiva más a nuestro protagonista. Un aspirante a inventor, José Miguel le muestra varios de sus aparatos y le hornea un panqué para su cumpleaños. Cuando esto no funciona, decide ingresar en el torneo de futbol de la escuela a pesar de que sus compañeros son, en su mayoría, los peores jugadores. Hasta ahora, todo resulta bastante familiar.

Todas las pecas del mundo está hecha parcialmente con una amorosa nostalgia por esta temprana etapa de la adolescencia. Es juegos y pláticas en el patio de recreo. Jugos de frutas y paletas de caramelo. Dibujos y bromas subidas de tono. Es besos en la mejilla que parecen significarlo todo. Hace poco estaba conversando con una de mis mejores amigas de la preparatoria sobre cómo a esa edad todo se siente con una increíble intensidad y nos preguntamos si eso era algo bueno o malo. Cómo La noche de las nerds, otro estreno reciente, Todas las pecas del mundo utiliza variedad de trucos de fotografía y montaje, particularmente la cámara lenta y una banda sonora rebosante en rock en inglés para sugerir aquella realidad exagerada de la juventud. Un elaborado movimiento de cámara, por ejemplo, hace que José Miguel parezca flotar a medida que camina hacia Cristina; más adelante, un montaje impresionista sintetiza los estresantes minutos antes de su acordada pelea con Kenji a la salida de clases.

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La película, no obstante y de manera inteligente, sabe ponerle freno a este romántico filtro. Al mismo tiempo que le tiene simpatía a José Miguel, entiende que no hay mucho de noble en su forma de ser y cómo su fijación afecta directamente a aquellos a su alrededor, a Cristina más que a cualquiera. Aunque hecha con ingredientes que difícilmente son nuevos, Todas las pecas del mundo sabe poner estos de cabeza para exponer las falsas lecciones que disfrazan “los nerds heredarán la Tierra” de muchas comedias de su índole. A veces David no puede vencer a Goliat, los planes desesperados de último minuto no funcionan y los errores no se pueden arreglar así como así. A veces distorsionamos el mundo que nos rodea porque pasamos mucho tiempo mirándonos solo a nosotros mismos.

Las acciones del muchacho tienen verdaderas consecuencias; cuando regaña a quien acaba de llamar su mejor amigo por hospitalizarse y no poder jugar en la final, nos sentimos más por él que por José Miguel. Por otra parte, su amplio elenco de personajes secundarios está delineado con suficiente claridad para sugerir ricas vidas paralelas independientes a la de él. Su hermana menor, pegada al televisor en cada partido de México, vive su propia historia de amor y desamor siguiendo el desempeño de Zague, delantero de la selección. Kenji, más que el novio prepotente que se interpone entre él y su amor, fácilmente puede ser mejor persona que José Miguel. Sus amenazas y alardes contrastan de manera divertida con una formación definitivamente cristiana; aunque la música rock que José Miguel le muestra a Cristina es “satánica” no lo golpea es porque “todos somos hermanos”. Y hay algo especialmente agridulce sobre Liliana (Andrea Sutton), la mejor amiga de José Miguel; cómo él no alcanza a percibir que ella está pasando por algo muy parecido a lo suyo.

Todas las pecas del mundo es un tipo de película que me gustaría ver más en el cine mexicano comercial. Aunque parte de géneros y fórmulas conocidas, los adapta de una manera que se siente personal, basado en la experiencia propia, a veces burlándose de sus propios clichés sin asombrarse con su propio ingenio. Su guion, a cargo de Javier Peñalosa y Gibrán Portela es enfocado y efectivo, y nunca condescendiente hacia su público. Su manejo del papá de José Miguel es hasta conmovedor. Ausente por mucho de la película, descrito en términos entusiastas por todo aquel que lo menciona, particularmente el director de la escuela y amigo suyo Imencio (Daniel Haddad), coloca otra luz sobre las motivaciones de José Miguel desde otro punto de vista; pero es suficientemente vaga que nos permite hacer esa conexión nosotros mismos. No descuida el entretenimiento, el humor y personajes con los que uno disfruta pasar el rato, pero como las mejores películas sobre la juventud, crea la sensación de que algo quedó sin resolver, de que los errores cometidos aquí seguirán a su protagonista por el resto de su vida.

★★★1/2